Wednesday, July 15, 2009

Gabriel García Marquez. Primera parte: y aparece Macondo en la realidad Latinoamericana.




No es fortuito, ni se la crean, que la novela más importante de Gabriel García Márquez, por popularidad, haya sido publicada en Buenos Aires. Pero mucha gente no piensa en eso. Macondo simplemente se les apareció, a algunos como espejismo caribeño de una realidad otra a la cual no pertenecían, y a otros, como espejo de una realidad un poco más íntima. Eso en cuanto a los lectores promedios de la novela, en Latinoamérica. Otros lectores verían, tal vez, un idílico paraíso lleno de aventuras fantásticas que se convierte finalmente en el más grande de los infiernos, y otros, más letrados, buscarían en sus páginas el compás de toda una historia literaria latinoamericana. Pero lo que sí nos queda claro es que en Cien años de soledad empieza algo. Y hay un antes, y un después. Me dispongo en las próximas líneas y párrafos a hablar un poco acerca del tema. Tampoco es fortuito que me ponga a hablar de esto ahora mismo. No que García Márquez no vaya a ser tema de hablar por mucho tiempo, pero tengo por lo menos en mente un enfoque para la discusión que me dispongo a realizar. No les voy a decir todavía el porque de mi disposición a escribir de Gabo, más bien, hablemos de Macondo, de ese pueblo de barro y caña brava donde las cosas, que aún carecían de nombre, había que señalarlas con el dedo.

El libro apareció en quioscos y librerías de Buenos Aires exactamente en Junio 5 de 1967. Fecha no inusual, y poco importante en el mundo si no fuera por los “nubarrones bélicos” (Eligio García Márquez, 15) que empezaban casi al otro lado del mundo. Israel estaba invadiendo a Egipto. Y bueno, no sería ni la primera ni la última vez que Israel va invadir a alguien, pero curiosamente, me pregunto, si tuvo esto algo que ver con el éxito inmediato de la novela. El Buenos Aires de aquel entonces (la verdad no se si el actual también) constaba de la segunda comunidad más grande de Judíos, y no sería por casualidad, que ellos se cruzarían con aquella portada, y con ese galeón español que los saludaría extrañamente, mientras ellos, atravesaban los estantes en busca de la información necesaria, esa información fresca de las imprentas, que les hablaba de un mundo, que de alguna manera, ya no les pertenecía. Curiosamente, así me siento hoy con Gabo y con Macondo. Es ya un mundo que no me pertenece. Pero, bueno. Mejor no desvarío. Sigamos con nuestra historia. Entonces, aquel influjo tal de transeúntes que en un lunes poco común dentro de los más comunes se dispusieron a comprar el diario, habría algunos que se toparían con este otro mundo, el de un pueblo, en la mitad de algún lugar del Caribe, donde una familia, una estirpe sin igual, como esta de los Buendía sería victima irremediable de esta voz, esa voz, que aún ahora, parece apostólica, clamándola, arrojándola, definitivamente, a destruirse a si misma después de Cien años de soledad. Les digo un secreto. En Colombia, llevamos 199 años de soledad, no se nos quita el letargo, y no se nos cura la maldición.

La historia de Macondo no empezó con Cien años de soledad, pero este libro ayudo para inmortalizar este lugar. Ya muchos han leído esta novela, ya se ha ganado su escritor un Premio Nobel, y ya el Caribe cuenta con un lugar específico en la conciencia del mundo. Ese lugar, ese estereotipo, o prototipo, fue parcialmente comprado y vendido a través de esta novela, como también de otras, de esas a las cuales se les catalogaron rápidamente como novelas del Realismo Mágico. Esas novelas donde lo real aparece como magia, y la magia como lo cotidiano. Pero no es solo eso, nos dicen muchas cosas más. Nos dicen cosas mas fregadas, mas despercudidas, nos acentúan extraños y oscuros acordes de una realidad mucho más frígida y dura para el latinoamericano, y es que nos miramos a nosotros mismos con un espejo que muestra algo distinto a lo que ven los demás. Esto, particularmente, es lo que me ha causado tantos problemas con Macondo. Y con García Márquez. Este último se ganó una audiencia global vendiendo un producto. Vendió una realidad latinoamericana que era lo que se esperaban los de afuera. Ah sí. Los Latinoamericanos. Esos. Los que se acuestan con las primas, y hacen fiestas opulentas de días enteros, los que viven con un infinito calor entre la suciedad, los que se acuestan con muchas mujeres y tienen muchos hijos, los soñadores perezosos, los que viven en el pasado, entre la selva, con los animales, o en el desierto, con una que otra palma, ante un calor absoluto. No creo que esto era lo que disponía García Márquez. Me parece que esto sería darle poco crédito. Pero eso, de todas maneras, fue lo que logró. Pero no todo fue negativo. Es cierto. Logró de alguna manera, poner la literatura latinoamericana en un panorama global. Los grupos editoriales ahora miraron hacia Latinoamérica, y miraron a los escritores que salían de ahí como una manera de incrementar sus arcas. Que no esta nada mal. Al fin y al cabo escribir libros también es un negocio. Y uno bueno. Eso sí, obviamente no era, ni es, ni fue, el único escritor, ni tampoco el más joven, ni tampoco el mejor. Pero si fue el que logró más éxito editorial. Otros nombres, por supuesto, J.M. Arguedas, Carlos Fuentes, Vargas Llosa, J. Cortázar, Benedetti, y que no falte, su eminencia Alejo Carpentier, por enumerar unos pocos, entre una plétora de escritores que salieron de ese mismo tiempo. Años más, años menos.

Macondo, entonces, y García Márquez, se convirtieron en un punto de referencia. Existe el mundo después de Macondo, y el mundo antes. Ya algunos habrán escuchado de Alberto Fuguet, y sus secuaces, y su grupito el McOndo. Bien. Otros habrán escuchado de Andrés Caicedo, el joven y erudito escritor colombiano, quien, de alguna manera definió sus cuentos, en relación y absoluta negación de la realidad Macondiana. Y de ahí en adelante, pues hay muchos libros y escritores más de los cuales hablar, y a los cuales nombrar. Pero es curioso que este, un muchachito, medio jipiolo, flaco, con chancletas, por ahí andando en Cartagena, muy asoleado, muy bien leído, y poco bien alimentado, proveniente de un pequeño pueblito, tal vez igualmente reciente y con algunas cosas careciendo de nombre, al cual le decían los indios Cataca, ahora más conocido como Aracataca, halla podido escribir aquel libro acerca de ese pueblo inolvidable. Ma-con-do. Tres simples sílabas. Escritas a máquina, o a mano tal vez por primera vez, pero que como todas las manos, se quiera o no, están condenadas a desaparecer terriblemente en el olvido. Esas manos ya son el olvido que seremos.

Carmen Balcells, agente del autor, y otros más, y periódicos y revistas, y palabras, información, como la que aquel día cualquiera proclamo que Israel se metió en Egipto, ese Junio 5 de 1967, ahora, esa misma información proclama otra calamidad: Gabo no escribe más.