
Le debo mucho a Saramago en mi vida literaria. El, más que cualquier otro autor, hizo que yo me enamorara de las palabras, de su poder, y de sus falencias. El hizo que me enamorara de novelar fantasias y realidades por igual. De leer y escribir. Que son parte de la misma cosa.
Su último libro, Caín, mucho más corto de a lo que nos tiene acostumbrado, parecía esconder un secreto. Parecían sus últimas palabras. Recuerdo comentarselo a algunos de mis amigos. Sí, no es dificultad alguna augurar que un libro es último, cuando el escritor tiene 87 años. Pero en el caso de Saramago, algo me decía que estaba dejando un último testamento (ya escribiré sobre esto en otra entrada).
¡Saramago! Adios. Buen viaje, si es que hay alguno. Ahora perteneces al reino de los silencios. De las ausencias. Ahora hablarás más que nunca. Y yo seguiré (re)leyendo.
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